miércoles, 3 de diciembre de 2008

Reflexiones sobre el amor


He pensado mucho sobre el amor, específicamente sobre el acto de enamorarse. Y estoy convencida de que para los hombres no debe ser igual que para las mujeres. Las mujeres siempre pensamos en el amor, empezamos desde muy pequeñitas, cuando nos leen los cuentos de hadas. Los cuentos para niñas son casi todos sobre princesas o mujeres pobres, pero buenas, que encuentran el amor verdadero en un príncipe azul: Cenicienta, la Bella Durmiente, Blancanieves, Rapunzel y la Princesa Fiona. Mientras tanto, a los niños les leen Pulgarcito, Pinocho, Juanito y las Habichuelas Mágicas, El Traje Nuevo del Emperador. Donde no aparece ninguna princesa que los ame y sean felices.

Más tarde, las niñas seguimos pensando en nuestro príncipe, jugamos a las Barbies Princesas y los niños, mientras tanto, juegan con autos y montruos, con dinosaurios e insectos de plástico, que mientras más dientes, pizas y escamas tengan, mejor. Jugar siquiera con una niña les parece asqueroso.

Y después la cosa no cambia. En la adolescencia nosotras vemos novelas y series donde las chicas se enamoran, la fea se vuelve linda ( y las feas suspiramos con la esperanza de ser lindas algún día, o que nos ame algún príncipe hermoso a pesar de nuestra feldad) y el muchacho más apuesto de la serie se convierte en el príncipe.

Durante la adultez, aunque nos dejamos principalmente de soñar tanto, nos fijamos en las historias de cuentos de hadas que hay en nuestro mundo real. Por eso la gente quería tanto a la princesa Diana, porque representaba a la Princesa de nuestras historias antiguas. Porque un Príncipe de verdad se enamoraba de ella y la llevaba a vivir a su palacio, le daba dos hermosos hijos y la haría reina algún día. Ah, pero la realidad nos golpeó fuerte esta vez: el príncipe no era tan bueno como parecía, y se quedó con la bruja, al final.

Y mientras llorábamos por la princesa y leíamos novelas de amor... ¿dónde estaban los hombres? Jugando Play Station (y matando todo lo que se mueva), mirando partidos de fútbol, escuchando metal y leyendo revistas porno.

El amor es la vida para una mujer, pero para un hombre, es un capítulo que, mientras más pronto se cierre, mejor.

Sólo puedo recordar a un hombre enamorado como una mujer. Dante Alighieri. Él vio a Beatriz sólo tres veces, jamás habló con ella y murió poco tiempo después. Pero se enamoró tanto, que le escribió dos libros, uno de ellos considerado una de las mayores obras de la literatura mundial en la historia de la humanidad. Me pregunto qué habría pasado con él de haber vivido en nuestra época. De seguro lo mínimo que le habrían impuesto, sería una orden de alejamiento. Lo habrían tachado de loco, de obsesivo. Peligroso.

Y ni hablar de una mujer que se enamorara así.

Sigamos soñando, chicas, que la vida sin amor es fome. Dejemos que los hombres sigan mirando sus partidos y jugando con sus consolas. Siempre habrá algún Dante para nosotras. Aunque cueste encontrarlo.


Fragmento de la Divina Comedia.

De Dante Alighieri.

Aparición de Beatriz

“Purgatorio”. Canto xxx.


«Salve», todos decían, «tú que vienes:
los lirios esparcid á manos llenas»:
flores doquier llovían á sus sienes.


Del alba al despuntar he visto plenas
de rosas las regiones del oriente,
y las demás resplandecer serenas:


La faz entrevelada al sol naciente
he podido mirar por los vapores;
mirar con ojo fijo al esplendente.–


Así á través de las tupidas flores,
de angelicales manos esparcidas,
en nube de su carro en los redores;


Vi una mujer de velo albo, ceñidas
con oliva las sienes, verde manto,
cercada cual de llamas encedidas.


Mi espíritu, después de tiempo tanto
que lejos de sus ojos estuviera,
donde temblara de estupor y encanto;


Sintió, ya antes de verlos, hechicera
virtud de ella manar, con lo que ardiente
mi amor resucitó y pasión primera.


Miréla, y traspasóme de repente
otra vez el poder de amor sublime,
que ya en la infancia arrebató mi mente.


Á la siniestra tímido volvíme,
–como al materno seno va corriendo
el niño, si se aterra ó triste gime–;


Por decir á Virgilio: «Está tremiendo
dentro de mí la sangre toda entera;
reconozco el antiguo amor ardiendo.»–
Mas aquél ya no está: lejos se fuera.


Fuente: Jünemann, Guillermo. Antología universal. Friburgo: Herder, 1910.
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yep, el hombre perfecto es una mujer.

Sink dijo...

Jo! que me parecio seco tu post, siendo objetivo tienes razon, pero no creas los hombres(si mas que alguno por ahi perdido en los confines de este planeta) tenemos corazon, quizas no expresamos las cosas de la misma manera, pero de que se anhela, esa chica de tierna mirada que te hace hacer estupideces y volver a sentir que la vida es bella.

Regards

June Cooper dijo...

Gracias, tal vez con unos cuantos (miles) más como tú comience a recuperar mi fe en el género masculino. :)